
Nos guste o no nos guste, estamos dando un mensaje a la sociedad, y si caminamos mirando al suelo, si caminamos buscando zapatos, o buscando monedas como digo yo, el mensaje que estamos dando es que la muerte todo lo puede, que nosotros somos seres indefensos, que no existe el amor.
El amor viene de una palabra compuesta que es «a more». «a», prefijo negativo, entonces amor quiere decir «no a la muerte» y eso lo dice el Cantar de los Cantares que dice, si no me equivoco: «estampa tu sello sobre la frente, pues fuerte como la muerte es el amor».
Entonces, si nosotros miramos al suelo cuando perdemos un hijo, estamos diciendo que la muerte todo lo puede, aunque no lo sepamos. Y si miramos hacia adelante, buscando el cielo, buscando el horizonte con nuestra mirada, también estamos diciéndole a la vida que el amor vence a la muerte.
Nos guste o no nos guste, lo sepamos o no, estamos dando un mensaje y lo mismo pasa con la memoria colectiva de nuestros hijos. Nos guste o no, lo sepamos o no, todas las cosas que nosotros hacemos en nuestra vida después de perder un hijo, van a engrosar esa memoria colectiva.
El pueblo judío tiene una memoria colectiva de sus muertos en la segunda guerra mundial en los campos de concentración. Yo estoy seguro que los hermanos de Uruguay tienen una memoria colectiva de su historia, nosotros tenemos alguna memoria colectiva, como son las Madres de Plaza de Mayo.
Ahora está esta otra memoria colectiva que estamos haciendo, porque nuestro hijo Nicolás y los hijos todos ustedes ya no son hijos míos solamente, sino de todos ustedes, los hijos no son hijos de uno, son hijos de todos, son hijos de todos nosotros; entonces, mientras perdure «RENACER», va a perdurar la memoria de nuestros hijos.
RENACER es el monumento a la memoria de nuestros hijos, porque dentro de cien años cuando ninguno de nosotros esté acá, y los padres que siguen perdiendo hijos sigan juntándose y ayudándose entre ellos, allí va a estar la memoria de nuestros hijos, y lo que cada uno de nosotros haga, va a contribuir a esa memoria.
Esa memoria es como un jardín, y cada uno tiene la ocasión de poner una planta y cada uno va a tener que decidir que planta pone. Vamos a tener que decidir si ponemos una planta que solamente tenga espinas para hacer ese jardín difícil y arduo, o si vamos a poner una planta que tenga flores. Y si vamos a poner una planta que tenga flores, que tenga flores muy lindas y muy aromáticas, porque esa va a ser la memoria de nuestros hijos.
No es lo mismo sembrar un cardo o una espina, que sembrar una rosa, es distinto, porque así de distinta será la memoria de nuestros hijos en el futuro.
Entonces, ustedes ven que habiendo perdido un hijo, no tenemos nosotros más derechos ante la vida, no tenemos derecho a reclamarle a la vida: «mirá lo que me has dado», porque tenemos más responsabilidades, porque nuestras responsabilidades pesan más, porque tengo que decidir que voy a sembrar en el jardín de la memoria colectiva de mi hijo Nicolás.
Tengo que decidir si voy a sembrar odio, voy a sembrar rencor, si voy a sembrar intolerancia, si voy a sembrar falta de respeto, o si voy a sembrar amor.
Esa memoria colectiva ya está, pero va a ser lo que cada uno de ustedes, lo que cada uno de nosotros quiera que sea, depende sola y únicamente de nosotros. Por eso, es la responsabilidad tan grande que tenemos, responsabilidad ante nuestros hijos, responsabilidad ante nuestros seres queridos, ante la historia, porque esto es historia, y si bien nosotros estamos demasiado cercanos y demasiado enamorados, demasiado apasionados de esta tarea que estamos haciendo y no nos podemos ver, alguien vendrá en el futuro y dirá: estas comunidades son más solidarias, porque acá ha habido padres que han perdido hijos y se han levantado.
Charla brindada en Mercedes-Uruguay, 6 de setiembre de 1997
Alicia Schneider y Gustavo Berti.